Paseos de naturaleza alargada se cobijan en un bello silencio.
Congelados en el tiempo entre furtivos sonidos y recuerdos musicales, de carrusel y crepitar de kioscos y terrazas habitadas.
La memoria de la alameda sufre de nostalgia.
Nacida para los sentidos, aguarda el deleite del paseante ante bustos y repique de fuentes.
Abril se agita en un asomo de vida.
Los pájaros la protegen en armonioso sosiego y equilibrio.
Pero, la quietud no es propia de ella.
Su vital cromatismo alcanza plenitud cuando los bancos no vagan en soledad y los faroles, pretenciosos imitadores de los árboles, acompañan la noche ante brillantes suelos delineados, creando sombras mágicas en el trasiego infinito.
Alamedas necesitadas de deambular ligero, de lentitud, de tránsito, de pausa y ecos de palabras cuyo idilio ansían con esperanza.
Congelados en el tiempo entre furtivos sonidos y recuerdos musicales, de carrusel y crepitar de kioscos y terrazas habitadas.
La memoria de la alameda sufre de nostalgia.
Nacida para los sentidos, aguarda el deleite del paseante ante bustos y repique de fuentes.
Abril se agita en un asomo de vida.
Los pájaros la protegen en armonioso sosiego y equilibrio.
Pero, la quietud no es propia de ella.
Su vital cromatismo alcanza plenitud cuando los bancos no vagan en soledad y los faroles, pretenciosos imitadores de los árboles, acompañan la noche ante brillantes suelos delineados, creando sombras mágicas en el trasiego infinito.
Alamedas necesitadas de deambular ligero, de lentitud, de tránsito, de pausa y ecos de palabras cuyo idilio ansían con esperanza.