El pintor cartagenero Charris expone hasta el 25 de octubre en el histórico contenedor columnado del Almud un canto al paisaje, algo que me une desde que indagué en mi tesis por esos territorios murcianos de uno de los grandes géneros de la pintura: el paisaje.
Charris avanza en un desarrollado puntillismo y neometafísicos espacios naturales hacia un nuevo concepto que bautizamos como "reticulismo", asociado a sus tejidos de red vertebrados en playas, árboles o nubes flotantes, cuya maraña articulada genera una poética paisajística de opuestos, entre los interiores extremeños llenos de trashumancia y extensas colinas frente al mar, rocas e islas murcianas. Cromatismo brillante en composición de saturadas luces se unen en cierta expresividad nostálgica y alegre al mismo tiempo.
Pintura total, de color y composiciones casi naif, pero desde otra óptica, la de un pintor sabedor de crear una misma línea entre naturalezas distintas y cuya innovación reticuliana es latente por ese amor a la pintura en sí misma y el conocimiento de la naturaleza que retrata. Una proximidad que sumerge al creador en su propio marasmo tonal sustentado por líneas horizontales curvas o verticales; línea, -ese punto que se va a caminar- como decía Paul Klee es la base de lo que aplicará como un tejedor del color descendiente de Aracne, el cual no puede ser mejor conector con la tierra y el mar. Una pareja de baile que danza entre columnas murcianas, y creo, no pueden dejar de acercarse por ser "reticomendable".
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